martes, diciembre 23, 2008

Russel Banks, la violencia a cuentagotas


Aflicción, la novela del norteamericano Russel Banks tuvo una versión cinematográfica en 1997, con un elenco de lujo (James Coburn, Willen Dafoe, Nick Nolte, Sissy Spacek). El dato apareció luego una búsqueda que consideré necesaria, pues tras la lectura de la novela, suponía que una obra tan singular y que reflejara de un modo tan intenso las relaciones humanas, debía haber inspirado una película.

La anécdota pudiera parecer sencilla: en un pequeño pueblo de New Hampshire ocurre un accidente de caza y muere una persona. Aunque este es solo un acontecimiento en la lista de los sucesos que componen toda la trama, sobresale a la larga por la obsesión que desencadena en el protagonista de esta historia, a veces oscura y cínica, narrada en un tempo emparentado con el sosiego y la densidad propia de un análisis serio.

Wade Whitehouse sobrepasa los 40 años, tuvo una infancia marcada por los abusos físicos y sigue viviendo en Lawford, el pueblo donde nació. Si a ello se añade el hecho de que no puede tener una relación normal con su hija —que vive con la madre en otro pueblo—, y que para la gran mayoría de sus coterráneos es una persona de carácter violento, basta para incluirlo en lo que la cultura norteamericana define como un fracasado. No hay que avanzar mucho en la lectura para comprender que Russel Banks propone en Aflicción un acercamiento incisivo hacia la sociedad norteamericana, limitada a un contexto específico, pero con el acento suficiente para hacerlo extensivo a un ambiente mucho más abarcador. La razón se debe a los personajes y situaciones, todos mostrados con un perfil sicológico extremadamente desmenuzado, como si fuera una intención explícita del autor porque le era preciso explicar y hacer comprensible cuanto comportamiento humano fuese enunciado o relatado.

La lectura entonces transcurre en un espacio que se alarga, hay que mirar de lejos todas las situaciones, no tomar parte en ellas, pero observarlas con la prudencia de un lector avezado que ni siquiera se sorprende con el aparente matiz conclusivo que entraña la primera oración del libro: Esta es la historia de la extraña conducta criminal de mi hermano y de su desaparición.

Tampoco resulta una novela policíaca en el sentido clásico, si acaso se acerca a los preceptos más actuales de la novela negra, por su evidente impulso cuestionador. Lo cierto es que a medida que uno se conecta al ritmo trepidante, a pesar del tono mesurado, comprende que la verdadera historia no tendrá el final acorde con lo supuesto; es decir, la resolución detallada de un caso criminal anunciado o sugerido a inicios de la novela.

A ello contribuyen los que la cuentan: el narrador como tal, y el hermano del protagonista. El segundo más vinculado emotivamente con Wade que el primero, aunque evidencia una diferencia personal en cuanto a asumir posturas y reacciones que casi lo sitúan al mismo nivel que el autor, cuando se trata de describir o relatar. Sin embargo, el propio espacio de la novela, el crudo invierno del estado norteño, se añade a la consabida intriga que en gran parte de las casi 400 páginas aparece como leit motiv.

¿Por qué Aflicción debía tener una versión en cine? Simple, porque está narrada en un estilo cinematográfico, en el que cobran particular fuerza dramática los pasajes descriptivos de la naturaleza que rodea a Lawrod, las escenas cerca del río Minuit y de Parker Mountain. Y aunque muchos comportamientos y caracteres se sugieren derivados del discurso, ahí están los excelentes diálogos, algunos de los cuales, por su contención y exactitud, remedan fragmentos verdaderamente teatrales. Como una muy valorada pieza del llamado cine independiente norteamericano, aquí no abundan los cortes directos, los conflictos estándares, y por ende, su solución convencional. Se trata de una historia que precisa de un tiempo para contarse; no obstante, en esa progresión lenta se están dando claves muy sutiles para comprender el contenido. Quizá sea debido a esto la sorpresa de un final abierto, sorprendente, porque como toda obra verosímil deja en el lector no el persistente intento de poner en entredicho el matiz autobiográfico, sino la aparente y sempiterna duda de si lo leído es pura ficción o el pormenorizado relato de un hecho real.