miércoles, febrero 20, 2008

Un nuevo Enrique VIII


Se presentó esta semana The other Boleyn girl , con las actuaciones de Scarlett Johansson, Natalie Portman y Eric Bana. Una duda nos asaltó cuando vimos el cartel de la película en los pasillos del metro. La verdad que el australiano protagonista de Hulk, Munich y Troya no se parece a Enrique VIII. Por eso me animé a buscar entre quienes han interpretado al famoso rey, y me sorprendió encontrar nombres destacados de Hollywood: Charles Laughton, Ray Winstone, Rex Harrison, Charlton Heston y Richard Burton, entre otros.


Casi todos, a excepción de Laughton, protagonizaron aquellas películas no solamente por sus dotes histriónicas, sino también por sus atractivos físicos. El mismo Laughton, quizás el de menor porte de toda la lista, incluso ganó un Oscar en 1933 por su interpretación del notorio gobernante.

En los últimos tiempos ha habido en la televisión británica cierto intento de darle más glamour a la figura del personaje histórico. Una serie televisiva de la BBC presentó su reinado como una especie de guerra familiar en el mejor estilo de la mafia siciliana. Jonathan Rhys Meyers, en el papel del soberano, carecía no sólo de una apariencia similar a Enrique VIII; sino también de un guardarropa como el del Tudor, al punto asemejarse más un cantante de rap contemporáneo que a un monarca medieval.

Porque a Enrique VIII siempre lo muestran con un rostro que no cabe en los cánones actuales de belleza masculina, así que qué dejar para Edad Media. Su perfil regordete e inexpresivo no parece tener mejor comparación que con el inicio de la viñeta que escribió el norteamericano Will Cuppy en su Decadencia y caída de casi todo el mundo. Cuppy sugirió que era conocido, entre otros sobrenombres, por el de Enrique Cara de Torta.

En la Galería Nacional de Londres los cuadros sobre el rey no se apartan mucho de esta descripción irónica. Cualquier examen quizá sólo sirva para aumentar el asombro o dar la razón a una vieja sentencia de que el poder subyuga, o de lo contrario cómo fue posible que tuviera a sus seis esposas, amén de imaginables aventuras cortesanas.

Cuando visitamos su castillo en Hampton Court, nos enteramos que además de sus pocos encantos físicos, también lo caracterizaba cierto complejo relativo al tamaño de su miembro viril. Según el relato de nuestra guía en el palacio, hoy museo, las pinturas trataron invariablemente de corregir los defectos de modelo.

En Hampton Court las guías visten trajes propios de los tiempos de Enrique VIII, tienen nombres y títulos de damas de la corte y hasta hablan en un inglés lleno de giros antiguos, tal vez medievales. Así la descripción del “problema” del soberano y la referencia a una permanente entrepierna abultada en la mayoría de los lienzos que lo retratan, resultó bastante divertida.


Ya habíamos oído sobre esto, durante la visita a la Catedral de Salisbury. A una pregunta de nuestra amiga Deepa, que como practicante del hinduismo no conocía mucho de la religión católica, otra amiga, Mireya, le contó del cisma del Tudor con el papa de Roma y el nacimiento de la Iglesia Anglicana. Y como pincelada añadió el tema de las proporciones, con ese gesto que no sé si es único en Latinoamérica, cuando el índice y el pulgar de la mano casi se tocan como indicación de algo minúsculo.


De todas formas, no creo que a Justin Chadwick, el director de The other Boleyn Girl le interese aclarar o recrear este detalle anatómico de Enrique VIII. Aunque en realidad tampoco haya hecho demasiado por que su filme se aparte de esa casi constante pretensión de los productores de resumir la historia como un mínimo episodio lleno de caras bonitas. Para algunos, por suerte o por desgracia, el cine sigue siendo un mero vehículo para entretener.

jueves, febrero 07, 2008

Ella (Julie Christie) y yo


Mi primer encuentro con Julie Christie fue definitorio. Antes de verla en pantalla en Billy Liar, me había tropezado con su rostro en más de una ocasión. Ella aparecía en una veintena de fotos representativas de los años 60, que ilustraban cierta enciclopedia del cine disponible en la biblioteca de Casa de las Américas. Yo además la recordaba en los fotogramas de Miss Mary, una cinta hoy casi olvidada en la carrera de la británica.


Para muchos, esta historia de la institutriz inglesa en medio de la aristocracia argentina, significó el reencuentro con una cara familiar en otras épocas. Aún no he visto esta realización de María Luisa Bemberg, y no fue hasta a inicios de los 90, cuando la Cinemateca de Cuba le dedicó uno de sus ciclos a John Schlesinger, que logré, por fin, apreciar uno de aquellos filmes otrora tan comentados.

Y la oportunidad no pudo ser mejor, aunque no alcanzara ver Darling, actuación por la cual ella obtuvo un Oscar en 1966. Quizás se debió a un olvido de los programadores de La Rampa, o a un inesperado apagón, tan común en aquellos tiempos, o tal vez fue mi culpa por no asistir a todas las presentaciones del ciclo.

Años después, en una temporada como la actual, de elecciones en Estados Unidos, la Televisión Cubana sorprendió con la exhibición de Power en el espacio de La película del sábado. Se trataba de una propuesta interesante, una realización pre-The West Wing, así que ignoro si la recibirían igual ahora, quienes tienen en la serie televisiva al principal referente sobre cómo funciona la maquinaria presidencial, electoral y un poco todo ese gran país norteamericano, cuyo mundo farandulero centrado en California nunca sedujo del todo a Julie Christie.

Mi fascinación y evidente afinidad crecieron con cada película que, protagonizada por ella, proyectaron en algún lugar accesible. Recuerdo incluso, cuando un grupo de amigos entusiasmados con la novedad del video-beam, ante la palpable extinción del largometraje de 35 milímetros en los cines cubanos, me llevaron a visionar una deplorable y granulosa copia de Doctor Zhivago.

Cuando terminó no sabía si darle la razón a otro buen colega y a su teoría personal sobre el rostro de la Christie. Para él, mi adorada rubia tenía un defectuoso cutis demasiado fino, donde las arrugas y los pliegues de la piel aparecerían más temprano que en el resto de los mortales. Entonces los conocimientos de ambos en el arte de la cosmética eran nulos, así que imaginando los estragos que el sol tropical causaría en aquel perfil icónico de los 60, y desalentado por la diferencia de edad, mi pasión se fue reduciendo.

A finales del 2007 fuimos a ver Away from her. La presencia de Julie Christie era el principal atractivo, pero también la de Sara Polley como directora. A la canadiense la recordaba tierna y frágil en Mi vida sin mí, el hermoso filme de Isabel Coixet. Confieso que en lo menos que reparé fue en las arrugas de la Christie, no sólo porque había envejecido espléndidamente, sino porque protagonizaba una historia sobre el envejecimiento.

Lo impresionante fue la habilidad de la realizadora para captar con recursos mínimos, lo doloroso, frustrante y devastador que puede resultar la pérdida de facultades. Y digo recursos mínimos, aunque la frase sea discutible. Es sabido que los actores deben dar cuerpo a personajes, mostrarlos enteramente, lo que, por supuesto, incluye a las emociones. Sin embargo, más de una estreno reciente del cine contemporáneo evidencia que no siempre ocurre así.

En Away from her, ciertos primeros planos de la Christie, angustiada y ausente, sin asideros, diría que resumen su capacidad histriónica. Son esos instantes los que a mi juicio validan esta película y la acercan a cualquier espectador. Se trata de un relato fílmico intenso, porque intensa es la propia existencia humana. Lo demás es la actriz, su semblante algo envejecido, pero bello, en un filme sin demasiadas referencias a un lugar específico o a un país, quizá porque a todos puede tocarnos el asistir a los días finales de alguien muy querido, cuando el pasado, los sucesos en la vida común, van borrándose lentamente.

En la próxima entrega del Oscar, Julie Christie esperará, tal vez sin muchas expectativas, que la academia norteamericana le conceda el premio. Se lo merece, aunque tiene en Marion Cotillard, a una difícil contendiente. La francesa saca a flote, y a puro pulmón, un biopic menor como La vie en rose. No llevarse a casa la estatuilla dorada supongo no que afecte mucho la vida de Christie. A mí, por otra parte, me gustaría que Away from her no fuera la última visita al plató para esta maravillosa mujer, a quien le debo momentos inolvidables en mi breve existencia de cinéfilo empedernido.