lunes, marzo 25, 2013

De paredes milagrosamente incólumes o la historia del hombre contada por sus casas


Casa de Guadalupe Cot, Placetas, Cuba.
Gracias a la maravilla del Google Earth y su exactitud al mostrar los objetos a nivel de la calle, mi jefe nos enseñó esta semana la casa donde transcurrió la mayor parte de su infancia en la ciudad canadiense de Montreal. Sorprendido por la eficacia de la herramienta digital, bastaron unos clicks para que evocara un período feliz, sin dudas. Un poco emocionado nos señaló su casa, un edificio típico de la arquitectura quebequense. “Esta es la ventana del que era mi cuarto; esta, la del de mis padres” nos dijo. Luego se movió por la pantalla y nos dio un paseo virtual por su cuadra: “Allí, frente a esa pared, jugábamos béisbol.”¡Qué increíble!, pensé, el edificio y la avenida apenas habían cambiado en poco más de cuarenta años. Desde la instantánea intemporal de la página de Google resultaba muy fácil imaginar un pasado del que aquellos edificios y calles habían sido testigos.

Es curioso cómo los inmuebles pasan a convertirse en sitios de la memoria. Lo que, a diferencia de los monumentos, construidos y diseñados para ese fin, las casas de familia adquieren el valor del recuerdo de manera espontánea con el uso que sus habitantes hacen de sus paredes y espacios un día tras otro. Como la de mi jefe, las viviendas pasan a ser lugares que guardan remembranzas y revelan pasajes importantes en la vida de quienes las habitan. Sobre todo si estos mismos habitantes se ocupan con el tiempo de narrar las historias que le acontecieron dentro de las cuatro paredes.

Luego del paseo virtual, me imaginé en el mismo rol de mi jefe, accionando la herramienta de Google para reparar en el lugar donde nací. Solo que, a diferencia de la calle de Montreal, la de mi niñez ha cambiado mucho. Tal vez sea una característica de las sociedades del Primer Mundo, esa estabilidad o instinto de conservación inmobiliario, lo que impide que las construcciones se desplomen inesperadamente, como en La Habana o agonicen tras un deterioro lento y aparente como las del resto de Cuba. A excepción quizás de Detroit, cuya decadencia ocupa más de una detallada crónica por estos días, las casas en la mayoría de las ciudades del hemisferio norte apenas mudan su aspecto exterior. Y hablo en términos generales sin ánimo de parecer definitorio, porque cada ciudad tiene sus barrios menos ilustres y aún así hay espacios dilapidados en otras partes más exclusivas. En Londres, por ejemplo, el fotógrafo Paul Talling ha compilado más de 2000 instantáneas de lugares semi-abandonados en varias zonas de la capital inglesa.

Vale aclarar que las edificaciones que persisten tampoco se mantienen invariables al paso del tiempo y a los caprichos de sus dueños. A excepción de las que se protegen por su valor patrimonial, las demás pueden conservar una fachada casi idéntica a la del año de su construcción, pero basta traspasar el umbral para darse cuenta de que el interior no guarda ninguna relación con el pasado. Eso lo descubrimos en Londres, durante los días de andar a la búsqueda de un lugar para vivir cuando esperanzados agentes inmobiliarios nos mostraban impactantes edificios de un innegable pasado esplendoroso. Sin embargo, tras pasar el portón de entrada aquellas casas señoriales se transformaban en una colección de mini-apartamentos diseñados para cumplir las más imperiosas necesidades habitacionales en el más mínimo espacio.

No dudo que en Cuba haya quien tenga semejante empeño; de hecho, muchas viviendas hoy exhiben sorprendentes ejemplos de la inventiva arquitectura criolla. Y algunas hasta se han beneficiado poco a poco, de los tímidos avances de la economía nacional y de ganancias provenientes de empresas individuales. No obstante, en la gran mayoría de calles y avenidas persisten ejemplos visuales del deterioro. Y los compatriotas se han tenido que habituar a verlos, a pasar por su lado en su accionar cotidiano, sin detenerse mucho en lo que significan. Uno termina acostumbrándose tanto que cuando se topa con otros paisajes urbanos, la experiencia suele terminar en shock. Como le ocurrió a un amigo que tras su primera caminata en Londres, acabado de llegar de un largo vuelo desde La Habana, se quejaba de “dolor de la vista”, asombrado de encontrar tan poca suciedad y eso que para algunos de otras latitudes los estándares de limpieza londinense dejan mucho que desear.

Tras la explicación de mi jefe, pensé en que quizás los pocos espectadores de su recuento anecdótico –mis colegas y yo- nos volcaríamos al Google Earth para protagonizar un ejercicio común de la memoria. Al menos imaginé tal cosa, aunque luego convine en que la definición del sitio web no es tan detallada para Cuba. Y en realidad deseaba evitar un comentario similar al de mi amiga de Glasgow que cuando le mostré algunas fotografías del pasado viaje a la isla exclamó con una dosis de incredulidad y sorpresa: ¡pero todo luce tan de Tercer Mundo! Y yo me encogería de hombros,  dándole la razón, aunque sería muy difícil explicarle tanto a ella como a mi jefe que treinta años atrás esas mismas calles del barrio aparecían más bulliciosas en el recuerdo de quienes las habitaban. Y, por supuesto, ellos mismos las comparaban con lo que habían sido en décadas anteriores, sin importar que lucieran muy devastadas en las fotografías enviadas a otros que también las habían transitado, pero que por varias razones ahora vivían muy lejos.

Iglesia Parroquial San Atanasio, Placetas, Cuba.
Supongo que con el tiempo, a no ser que ocurran milagros arquitectónicos, las casas de mi calle natal se irán desplomando, agotadas por la desidia o por la extenuante resistencia a huracanes cada vez más potentes y catastróficos. Habrá que imaginarse los inmuebles a partir de ejercicios de memoria o retazos estructurales con poderes mnemotécnicos. Hace unos años asistimos a una exposición basada en tal premisa. Mediante fragmentos: una puerta, una ventana, media pared, artefactos diversos, en los salones del Museo de Victoria y Alberto se montó una exhibición de casas del Renacimiento italiano. Telones y paneles dibujados se articulaban con las partes reales de la vivienda. Así, entre lo real y lo pintado, el visitante podía imaginarse la otrora grandiosidad del inmueble.

Quien sabe si en el futuro alguna exposición similar exhiba la historia de las casas cubanas, las huellas de la civilización y la barbarie. Mas, como es habitual en la isla, tendrán que organizarse primero muchas muestras sobre La Habana, agotarse incontables reconstrucciones del patrimonio perdido de la capital, para que alguien se interese por los espacios habitables en los que transcurrió la vida cotidiana en el resto del país.

Hoy Google Earth sirve para navegar por vistas aéreas en las que tejados color terracota son la única señal que identifica a miles de viviendas cubanas. Si se pudiera utilizar la herramienta del streetview, los interesados tal vez coincidieran con mi colega escocesa o con otra amiga alemana que en el 2005 me esperaba cada noche en la casa que compartíamos, para escuchar historias sobre la vida en Cuba, que siempre clasificaba como del anecdotario de un país en guerra, una contienda larga e incomprensible