jueves, marzo 31, 2016

Faux Pas

Tal vez este comentario aparecido en Tribuna de La Habana haya sido uno de los que más repercusiones negativas ha provocado, de entre todo lo publicado en la prensa oficial acerca de la visita de Barack Obama a Cuba.

Apelando a un conocido chiste racista de los 80, su autor intentó resumir su oposición, más que nada, al ya histórico discurso del mandatario norteamericano en el Gran Teatro de La Habana. El comentario habría trascendido como uno más, porque apenas expone una argumentación detallada y se limita a la reiteración de conocidos clichés de la retórica habitual de los medios cubanos, si no hubiera sido por la referencia al “chiste” que el periodista utilizó para su titular.

En lo que también intenta ser una disculpa posterior, el autor ha escrito otro texto en el que se excusa ante quienes se sintieron ofendidos. Su redacción tampoco sugiere un sincero arrepentimiento, pues el periodista defiende la utilización de su infeliz referencia como un mero recurso de estilo. No entiende la naturaleza racista del titular ni su contexto y opta por defenderse de acusaciones de racismo, aunque no creo que la principal intención de toda la inquietud creada en las redes sociales sea precisamente esa.

El “chiste” se deriva de una situación ya olvidada. La escena tenía lugar en una de las llamadas Diplotiendas, en las que los cubanos tenían prohibido el acceso. Camufladas tras vidrieras de cristal translúcido y situadas en lugares exclusivos, en dichos establecimientos el personal diplomático y los extranjeros residentes en la isla podían comprar, siempre y cuando presentaran su pasaporte. En 1993, cuando se despenalizó la tenencia de divisas, las Diplotiendas y los Diplomercados pasaron a mejor vida.

En el segmento que dio origen al chiste, en uno de aquellos eventuales programas realizados por el Conjunto Nacional de Espectáculos a finales de los 80, la dependiente de una estas tiendas (si mal no recuerdo, la actriz Zulema Cruz) inspeccionaba un pasaporte y llena de incredulidad le soltaba a su interlocutor: negro, ¿qué tú eres sueco? Este, en una toma doblemente oscurecida, chapurreaba en inglés: “ah, beibi, ailobiu”.

Es notable que el chiste permitía ilustrar un contexto específico de carencias y estereotipos, además de reforzar prejuicios que en tiempos “revolucionarios” el discurso oficial los consideraba ya superados, puesto que siempre los asociaban con la sociedad republicana. Con él, sus creadores también reforzaban una idea del mundo demasiado esencialista –y racista- que ignoraba más de dos décadas de migraciones internacionales de las que Cuba, debido al aislamiento promovido por su gobierno también se había mantenido ausente. Uno podía deducir que, para los realizadores, como para una gran parte de los cubanos, Suecia se mantenía inmutable, según un ideal de la raza dominante que excluía cualquier posible aparición del mestizaje o incluso la presencia de minorías étnicas.

El contexto de las carencias lo evidenciaba la puesta en escena de la diplotienda y sus mercancías inalcanzables para los nacionales y doblemente prohibitivas para los afrodescendientes. La escena establecía también, de modo subrepticio, los límites a los que los negros en Cuba debían aspirar. Alejados del mundo real y acostumbrados a la información proveniente del campo socialista, donde los temas raciales apenas se reflejaban, ellos debían suponer que cualquier reclamo por mayores derechos, cualquier crítica al racismo institucional, sería tomado por las autoridades como un peligroso síntoma subversivo.

Los cubanos vivían cercados por una barrera ideológica que lejos de ayudarlos a promover una sociedad sin diferencias raciales y de clases, había hecho poco por eliminarlas. Y como el programa reflejaba, se tomaba a broma la posibilidad de una nación multiracial y se prefería perpetuar el estereotipo de Suecia (aunque para el imaginario nacional de aquella época bien podría tratarse de Alemania o Dinamarca) como un país exclusivamente blanco. Definiciones limitadas como esa centran actualmente el discurso de los grupos más radicales de la extrema derecha en Europa y hasta en ciertas zonas de Norteamérica.


No es difícil imaginar el shock de los realizadores de aquel segmento cuando años más tarde las mismas pantallas de la Televisión Cubana mostraron los partidos de la Copa Mundial de Fútbol “Estados Unidos 94”, en el que el equipo sueco, a la postre ganador del tercer lugar, incluía en su nómina a jugadores como MartinDahlin y Henrik Larsson. O sea, hace más de 25 años que estos suecos – y muchos otros más-, no precisamente rubios, habían demostrado lo anticuado del estereotipo y por ende, lo ofensivo del chiste. En Tribuna de La Habana parece que aún no se han enterado.

miércoles, marzo 23, 2016

Obama en Cuba: Del 17D al 22M.

(c) Ben Rhodes
Barack Obama, el primer presidente norteamericano en visitar Cuba en casi un siglo, dejó la isla esta semana. Tal parece que la estancia fue fugaz si se compara, como él mismo hizo, con el atraso que ambos países acumulan, más de cincuenta años, esos que pesan tanto en un ambiente como el que ha marcado las relaciones (o ausencia de) entre los dos países. Son demasiados, acrecentados por el peso de la ideología y la testarudez de ambos bandos, que vieron en la posibilidad de mantener las diferencias una razón para presentarse ante el mundo como vencedores de una guerra inútil.

La gerontocracia cubana posiblemente se crea que vencieron, que abrir la isla al llamado “líder del mundo libre” fue la consecuencia final de una estrategia basada en el empecinamiento y la inmovilidad. Para ellos, y para un cierto sector de la izquierda anquilosada, el hecho de que los visitara un demócrata y el primer afrodescendiente en ocupar la Casa Blanca era irrelevante, pues quien arribó a La Habana en la tarde lluviosa de un domingo fue el representante del “Imperialismo Yanqui”, ese maleable apelativo del que los niños cubanos aprendemos a desconfiar bien temprano, sin comprender muy bien qué significa. Tal vez por eso, el general-presidente no se dignó a recibirlo cuando el avasallador Air Force 1 tocó tierra cubana.

Quienes sí le dieron una bienvenida más calurosa fueron los vecinos de La Habana Vieja, primer punto del recorrido oficial, y los de Centro Habana, donde llegó para cenar en una de las paladares exitosas de la que llaman la capital de todos los cubanos. La Televisión Nacional se limitó a las escenas del aeropuerto, prefirió esconder el entusiasmo de sus televidentes, gran parte de los cuales, por suerte, ya no necesita las cámaras del ICRT para mostrar y compartir imágenes de la vida insular.

Lo que sí mostraron las pantallas de la isla fue el recibimiento oficial y las declaraciones posteriores. El visitante, diplomático y comedido, discursó –con modales y maneras de negociador- sobre diferencias que no comprometan lo que se ha logrado hasta ahora. Luego contestó preguntas. El general, tras la lectura de su intervención en la que no faltaron las referencias habituales del discurso político de la isla, intentó agradar a la audiencia aceptando un brevísimo cuestionario. Sin embargo, bastó que aflorara el tema de los prisioneros políticos para que se tornara tenso, incoherente, fuera de lugar. Es de suponer que en muchos hogares cubanos las conversaciones de quienes observaban la transmisión del evento giraran en torno al pobre desempeño del líder, ese mismo que rige el destino de millones de compatriotas.

Raúl Castro ha dicho, como le recordó también Barack Obama, que abandonará el poder en el 2018. Tal vez, como sucedió con su hermano mayor, la Televisión Cubana dejará progresivamente de mostrarlo en vivo, a fin de ocultar el declive de sus facultades a la vista de todo el país. A Obama le queda menos tiempo en el sillón presidencial, pero si desde la difusión en las redes sociales de su entrevista con el actor Luis Silva (Pánfilo) pareció ganarse la afinidad de muchos, el discurso del 22 de marzo le prodigó simpatías adicionales.  Y más de un espectador puede que hubiera preferido la presencia del mandatario estadounidense en la isla unos años antes.

En un mensaje esperanzador, salpicado de frases en español y de referentes culturales, Obama sentenció que el futuro de Cuba tiene que estar en las manos del pueblo cubano. Antes había remarcado que el Estado del Derecho en la isla no puede incluir detenciones arbitrarias para aquellos que critican al gobierno. Desde afuera, un simple razonamiento pone en evidencia que hace falta la segunda condición para que se cumpla la primera, de lo contrario el porvenir que le espera a los cubanos será de más privaciones y reprimendas.

Desde la isla, varios han comentado en las redes sociales que después de las palabras del Presidente Obama, la Televisión Cubana dio paso a un panel (seguramente de habituales de la Mesa Redonda) quienes procedieron a objetarle al norteamericano la audacia de sus planteamientos. Los círculos de poder insular todavía funcionan como en los años de mayor beligerancia contra los EE.UU. Ya no basta controlar lo que los cubanos ven, es necesario también convencerlos de que lo que han visto y escuchado no es precisamente eso.

Tras su mensaje de esperanza, el Presidente Obama y el general se dejaron ver en el Estadio Latinoamericano para presenciar el juego de baseball entre el equipo Cuba y los del Tampa Bay Rays. Ganaron los visitantes. Horas después, el general despedía al norteamericano desde la terminal aérea en la que no lo recibió. En Facebook una amiga danesa que visitó la isla por primera vez en el ya lejano 2002 me dejaba saber su anhelo de que la visita de Obama terminara siendo buena para los cubanos. Yo también, le escribí, pensando en los millones de la isla que añoran desde hace mucho lo que merecen: una vida mejor, con menos ideología y más derechos.