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lunes, agosto 01, 2016

En bici por La Ruta del Danubio (V)

5ta Etapa: De Krems a Klosterneuburg


La salida de Krems resultó un poco complicada cuando no encontré los habituales cartelitos de la Ruta del Danubio y terminamos en una de las carreteras que daban a la autopista, en la que se advertía claramente que no podían circular bicicletas. Hubo que hacer el camino de vuelta hasta que a poca distancia aparecieron otra vez las indicaciones de la ciclovía.

No habíamos pedaleado mucho cuando advertimos a un grupo de ciclistas adelante que nos hacían señas para detenernos. A medida que nos acercamos descubrimos que había un tronco de regulares proporciones que bloqueaba el camino. Primero pensamos que había que desviarse, pero más cerca notamos que al otro lado del tronco yacía un hombre mayor, ataviado como ciclista, con un visible golpe en la cabeza y un largo hilillo de sangre que ya llegaba al otro lado del camino. A su lado alguien seguía instrucciones por teléfono, mientras otro trataba de reanimarlo. Intenté averiguar qué había pasado, pero no entendí la explicación que me dieron. Luego de desearles que el pobre hombre mejorara, continuamos viaje, aunque a pocos metros nos detuvo alguien que más tarde supimos era el médico y venía dispuesto a socorrer al accidentado. Le expliqué que estaría a unos cuantos metros en dirección contraria y que pensaba que su estado sería de gravedad. El hombre pareció darme la razón. Luego de avanzar durante unos diez, quince minutos escuchamos la sirena policial y nos topamos con una patrulla que se dirigía hacia el lugar de los hechos.

Todavía en estado de shock, sobrecogidos de que el último día de pedaleo comenzara con tan triste acontecimiento, casi no advertí que habíamos llegado a la estación de Altenwörth, por donde debíamos atravesar el río por última vez. Habíamos salido de Krems en la ribera norte y Klosterneuburg estaba situado en el sur. Antes de llegar allí pasaríamos por Tulln, otra de las pequeñas ciudades en el Danubio camino a Viena.

Sobre el anciano accidentado busqué información al llegar, pero no encontré nada. Sólo la semana siguiente apareció una escueta nota en un medio local. Hablaba del accidente, pero tampoco esclarecía muchos detalles. Por ella supe que el ciclista aún se mantenía en el hospital, que era vecino de Krems y que tenía 77 años.

La ciclovía en la ribera sur de aquel sábado estaba muy concurrida. Decenas de ciclistas pasaban en ambas direcciones. Era una mañana calurosa y muy soleada, el río continuaba a nuestro lado con su increíble continuo fluir. En Londres estaba acostumbrado a la presencia del Támesis, pero nunca en lo que recuerdo de mis paseos por el South Bank lo noté tan caudaloso como el Danubio.

Tulln, plaza central.
Tulln apareció enseguida en el recorrido. Tal vez alguien que haya hecho el trayecto pueda pensar que parecíamos miembros de cualquier equipo profesional en el Tour de Francia, pero en realidad siempre fuimos los primeros sorprendidos en alcanzar todas las metas en un tiempo tan corto y sin demasiadas síntomas de agotamiento. Antes de adentrarnos en Tulln y hacer la parada del almuerzo, Helena me había llamado para advertirnos que aquel sábado Viena estaría llena de visitantes, pues además del tradicional Desfile del Orgullo Gay, que este año también tendría un desfile anti-gay, la presidenta del Frente Nacional, Marine Le Pen estaba de visita en la ciudad, por lo que se esperaba una fuerte presencia policial y algo de muchedumbre.

Mientras tanto en Tulln, en la plaza principal, nada parecía perturbar la habitual imagen de la pequeña ciudad en un mediodía veraniego. Cerca encontramos otra taberna que también bullía de actividad y clientes. Allí nos quedamos para el almuerzo.

Salimos de Tulln en dirección a Greifenstein y otra vez en corto tiempo pasábamos el cartel que anunciaba la entrada a Klosterneuburg. Lo demás fue encontrar la pensión Salmeyer, donde debíamos dejar las bicis y luego retornar a la estación de tren por la que en minutos pasaría el suburbano que nos llevaría a Viena. Y sin en la bicicleta los tramos parecían cada día más cortos, sin dudas el viaje en tren superó las percepciones sobre las distancias. Solo una parada y ya estábamos en Nußdorf, técnicamente en el norte de Viena. Atrás quedaban cinco días de pedaleo e imágenes de verdor, valles y la reconfortante presencia del Danubio como compañero inseparable del trayecto.

lunes, julio 25, 2016

En bici por La Ruta del Danubio (IV)

4. De Grein a Melk y luego a Krems.

Dejamos la Granja Kamleitner en una nublada mañana de viernes. Bajar aquellas pendientes boscosas fueron todo un ejercicio de caída libre. Al final hasta la distancia entre Schacherhof y Grein me pareció mucho menor que la recorrida el día anterior. Vimos un par de cafés donde desayunar, pero nos quedamos con el Café Willi’s, que también era panadería y servían semmels acabados de hornear. Minutos más tarde ya estábamos de vuelta en la ciclovía. El día continuaba nublado, aunque no parecía que nos iba a acompañar la lluvia de la segunda jornada.

Teníamos planeado llegar a Melk y pasar allí la noche, daría tiempo para que mis amigos visitaran la famosa abadía benedictina. Sin embargo, nuestro ritmo de pedaleo otra vez nos desbarataba todos los planes y a los pocos minutos ya estábamos cruzando hacia la ribera sur por el puente de Klein Pöchlarn. Era la sexta vez que atravesábamos el Danubio.

Llegamos a Melk casi al mediodía y fuimos directo a la abadía. Es curioso, de esta localidad austríaca procede el protagonista de la célebre novela de Umberto Eco, El nombre de la rosa, Adso de Melk. Es quizás la única relación con la historia y la posterior película de Jean Jacques Annaud, aunque Marta me comentó que había leído blogs de otros que también habían realizado el recorrido que aseguraban que la película se había filmado allí.  Ya la había visitado el pasado año, habíamos llegado en auto y casi no nos habíamos movido del los alrededores de la abadía y su museo. Por eso pensé que Melk se reducía a aquella zona, no obstante, como esta vez entramos directamente por las calles del pueblo, descubrí un área de actividad muy diferente a la que había visto la vez anterior. El centro de la ciudad estaba muy animado, lleno de turistas.

Los amigos visitaron el museo y luego regresamos a la Wiener Straße donde recalamos en una restaurante italiano en un sótano de techos abovedados. Y mientras esperábamos por pizzas y fladenbrots  decidimos seguir rumbo a Krems antes que pasar en Melk el resto del día. La ciclovía nos llamaba, al parecer. De modo que salimos poco después del mediodía, confiados en que, a nuestro ritmo de pedaleo, llegaríamos al objetivo antes de que cayera la tarde. No teníamos idea de dónde pasaríamos la noche, pero sí confianza en que nos las arreglaríamos.

En la tarde nos esperaban las espectaculares vistas de la región del Wachau. Viñedos y campos de albaricoques acompañaban la ruta. Hicimos un alto en Dürstein, donde también encontramos a decenas de turistas, la mayoría norteamericanos e italianos. De todos los pueblos y ciudades que encontramos por el camino, este fue uno de mis preferidos. Estoy seguro que volveré a visitarlo con más calma, para subir a las ruinas romanas donde el famoso Ricardo Corazón de León estuvo prisionero a la espera de un rescate.

El resto del recorrido me pareció demasiado corto. En breve entrábamos en Krems, lo que nos demostraba que había sido buena la estrategia de no quedarse en Melk. Como urgía buscar un lugar para pasar la noche fuimos hasta el buró de turismo para preguntar sobre pensiones y hostales, las opciones más baratas. La empleada del buró fue muy agradable y nos dio la lista de los sitios que tenían habitaciones disponibles, pero nos aclaró que faltaban cinco minutos para cerrar. Salí a la calle a hacer un par de llamadas. Logré hablar con dos de los hostales de la lista, pero me informaron que ya no tenían vacantes. Y por supuesto, cuando volvimos ya el buró de turismo estaba cerrado, puntualidad austríaca.

Por suerte recordé que el camino había visto algunos hostales con banderines que anunciaban habitaciones disponibles. Solo era preciso regresar por el mismo camino. Llegamos a una en cuya puerta había visto previamente un cartel con un número de teléfono y que ahora estaba custodiada por una anciana de redecilla en la cabeza. Pregunté si tenía habitaciones disponibles o una tres personas. Nos dijo que sí y nos invitó a acompañarla para que la viéramos. Era perfecto lo que necesitábamos.

Resuelto el alojamiento nos quedaban unas horas para recorrer el centro de Krems, también lleno de calles adoquinadas y edificios antiguos. Cenamos en un sitio muy acogedor, la Gasthaus Jell, donde rápidamente y para alegría de las meseras agotamos dos botellas de un blanco (Domäne Wachau), por cuya fábrica habíamos pasado en horas de la tarde.


A la mañana siguiente durante el desayuno en la casa de huéspedes conversamos brevemente con el dueño, cuya mujer es mexicana y entre ambos administraban dos hostales en la ciudad. Él había vivido varios años en México hasta que decidieron regresar a Austria, por lo que hablaba perfecto español. Pagamos, nos despedimos y emprendimos la ruta que habría de llevarnos a Klosterneuburg, donde dejaríamos las bicicletas para que fueran devueltas a su clínica en Passau. Sería el último día del trayecto en el completaríamos los más de 300 kilómetros de la ruta.

Continuará

viernes, julio 22, 2016

En bici por La Ruta del Danubio (III)

3ra Etapa: De Linz a Grein

Cuando Linz ya desaparecía del horizonte y el sol seguía imperturbable, comprendí quizás que esta sería una de las etapas más difíciles, sino la más, de todo el trayecto. La ciclovía apenas tenía elevaciones, por lo que el avance era más lento; además, teníamos el aire en contra. En una encrucijada, donde el camino se dividía entre Mathausen y Enns, hicimos un alto para preguntar a una pareja de abuelos que también andaban de recorrido.

El  hombre, con la inicial y esperada reacción de los locales, de total cautela ante un extranjero, me preguntó si no teníamos un mapa. Teníamos, le dije, pero confiábamos más en la experiencia de alguien que conocía la zona. El mapa, que era parte de la guía, había soportado estoicamente todo el aguacero de la jornada anterior y aún no se había secado del todo. Al interlocutor, al parecer, le gustó la observación porque agarró su mapa y se puso a explicarnos sobre las zonas más agradables que podríamos encontrar adelante. 

Cuándo nos preguntó de dónde éramos y se enteró que éramos cubanos, su actitud ya había pasado de escepticismo a amabilidad total. Se volvió para su mujer y le repitió que veníamos de Cuba, imagino que demasiado atolondrado por la sorpresa. Nos contó que eran de Burgenland, que pretendían completar el recorrido, pero que ya habían navegado el Danubio en varios cruceros, una vez desde Ámsterdam, en barcos que cubrían las rutas fluviales entre Holanda, Alemania y Austria, y otra vez a todo lo largo del río hasta el mismísimo delta en Rumanía. Nos recomendaron tomar la ribera sur donde encontraríamos lugares más interesantes.

Lo único que el trayecto se alejó un poco del río y a pesar de que seguíamos las señales del Donauradweg, nos tocó atravesar campos de trigo y remolacha y pequeñas aldeas de casitas cuidadas y pintorescas. Cuando nos detuvimos cerca de Enghagen, para leer lo que indicaba un cartel frente a una Gasthaus, alguien desde su auto nos preguntó si pensábamos llegarnos hasta Enns. Era una de las posibilidades de la ruta, pero como no había tenido tiempo de leer la guía en su totalidad la noche anterior, no habíamos decidido nada. Le respondí que no sabíamos. Entonces, para mi sorpresa, nos convidó a que fuéramos, que era una ciudad hermosa. Le agradecí y consulte con los demás; estábamos cerca de hacer un alto en el camino para comer algo y tal vez Enns sería una buena opción para descansar.

Enns, Stadtturm
Fue necesario desviarnos un poco, pero al cabo de unos veinte minutos ya estábamos entrando en la plaza central de Enns, coronada por la torre del reloj (Stadtturm). Cerca quedaban varios restaurantes, pero escogimos un café a pocas cuadras del centro en la Linzer Straße, una adoquinada vía de tiendas y pequeños establecimientos que evidenciaban el pasado medieval de la ciudad. El almuerzo, a sugerencia de la dueña, consistió en sándwiches y cerveza local. Enns resultó ser una parada agradable en un mediodía con mucho sol.

De vuelta en Enghagen tomamos el tercer ferry del recorrido. Este era más pequeño que el anterior, con un barquero mucho más simpático e histriónico, quien insistió en tomarnos una foto como souvenir del corto viaje de una ribera a la otra. Y de nuevo a pedalear junto al río. El viento había disminuido un poco, pero seguía siendo una jornada calurosa. 

Mientras avanzábamos andaba yo reflexionando un poco sobre los locales y sus actitudes. En Viena, al inicio de mi llegada, un par de encontronazos me habían puesto sobre aviso. Había aterrizado tras vivir casi diez años en Londres, cuando no se hablaba del Brexit y los londinenses, en apariencia, pasaban por apacibles y educados, por lo menos sabían pedir perdón. Los vieneses, por el contrario, se me antojaban bruscos y provincianos, a pesar de todo el pasado esplendor que emanaba la ciudad. No era el único que así pensaba, pues mis experiencias tenían mucho en común con las de mis colegas de los cursos de alemán y con par de amigos que llevaban mucho más tiempo en Austria y hasta con las de algunos austríacos, una amiga que vivió por años en Estados Unidos y una chica de Graz con la que coincidimos en un vuelo de regreso desde Lisboa. Lo que siempre me aclaraban era la diferencia que existía entre la antipatía y neurosis general con la que algunos vieneses se manifestaban en sus interacciones diarias y el modo más amistoso con el que se comportaban los demás habitantes de Austria. Los locales y sus actitudes incomprensibles, nuevamente añadían más datos a mi investigación en curso sobre sus modos y maneras de relacionarse.

En el Ferry hacia Ottensheim
El trayecto, hasta ahora, le iba dando la razón a quienes así opinaban. Ya andábamos cerca de la estación para ciclistas de Mitterkirchen y, por ende, no my lejos de nuestra meta del día: la pequeña ciudad de Grein. La estación estaba muy concurrida, una tienda-cafetería en el medio del camino invitaba a los del recorrido a hacer una parada y beber un par de cervezas. También nos detuvimos. Todavía no habíamos entrado en la zona del Wachau, famosa por sus viñedos, así que podíamos traicionar las recomendaciones de la guía y probar las no menos famosas cervezas locales.

Compramos tres y nos sentamos a beberlas con calma. Para llegar a Grein faltaba poco y al ritmo que pedaleábamos la distancia se acortaría mucho más. En un momento Marta fue al baño, a unas casetas al otro lado de la ciclovía por la que seguían pasando aventureros en ambas direcciones. Demoró un poco en regresar a nuestra mesa, pero casi no lo advertimos de tan entretenidos que estábamos con la conversación y la cerveza, hasta que nuestro vecino nos advirtió en inglés que nuestra amiga tenía problemas en el baño. Al parecer la puerta se había trabado y Marta no podía abrirla desde dentro. Ángel fue a tratar de ayudar, pero no pudo, tampoco logró abrirla un abuelo gigante que atacó la manilla de la puerta como si se tratara de su peor enemigo. Por suerte ya la mujer de la cafetería venía con la llave y pudo destrabarla. Vimos aparecer a Marta con cara de susto, pero sana y salva. De vuelta a la mesa, pasado el mal rato, le escuchamos al abuelo gigante decirnos en tono de aparente regaño: es la primera vez que algo así nos ocurre. “Siempre hay una primera vez para todo”, quise decirle en alemán, pero no estaba seguro de qué manera lo iba a interpretar. Lo vimos desaparecer rumbo a la cafetería y nos olvidamos brevemente de él y su comentario, hasta que apareció con un helado para Marta, cortesía de la casa.

Dejamos Mitterkirchen con el recuerdo de una historia que bien podría resumir las aventuras de nuestro trayecto con respecto a los locales. Sin embargo, sólo estábamos completando el tercer día y en los que restaban todavía podíamos experimentar más de una ocurrencia.

A la entrada de Grein
Pocos metros antes de la entrada a Grein, desde una colina donde se veía casi la totalidad del pueblo, me pareció este muy atrayente. Como punto de anclaje en la ruta de los cruceros del Danubio, aquella tarde exhibía una actividad que no habíamos notado en los demás asentamientos del recorrido, ya fuera por la lluvia o la velocidad con que atravesamos aquellos en los que no nos detuvimos.

Allí debíamos quedarnos en un apartamento situado en la granja de la Familia Kamleitner, donde había reservado una habitación. Los había encontrado en una página de la Asociación de Turismo de la Región y había chequeado su localización en los mapas de Google, pero no en una foto del satélite. La granja aparecía un poco alejada del centro de Grein, sin embargo el pueblo no parecía demasiado extenso como para que nos preocupara la distancia.

Lo que sucedió fue que desde nuestro punto de parada, en el centro del pueblo, no encontraba de ninguna manera la calle Donaulände que debíamos tomar para encaminarnos hacia los Kamleitner. Pregunté a un par de ancianas que me miraron extrañadas antes de responderme categóricamente que no existía ninguna calle con el nombre que yo había dicho. Cuando les mostré la imagen del mapa en el móvil me aclararon también en tono de “eso-debería-saberlo” que con ese nombre sólo podía tratarse de la senda de bicicletas al lado del Danubio, la misma por donde habíamos llegado a Grein.

De manera que para evitar errores, decidí llamar a la señora Kamleitner y preguntarle por la mejor dirección para llegar a sus dominios. Del otro lado del teléfono ella se ofreció a llevarnos y aunque le aclaré que éramos tres con igual número de bicicletas, ella me respondió que no sería un problema, pues tenía un bus en el que cabíamos todos. Y era cierto, se apareció en su minibus en el que acomodamos las bicis no sin antes provocar en nuestra anfitriona una expresión de asombro cuando se enteró que veníamos de Cuba. Intrigados por la necesidad del bus, pregunté si la granja quedaba a gran distancia de donde estábamos. No es muy lejos, nos dijo nuestra chofer, pero sí muy alto.

Schacherhof
Cuando avanzamos unos pocos metros ya casi alcanzábamos los límites de Grein. Más adelante nos topamos con el tradicional cartel con el nombre del pueblo atravesado por una línea roja. Nosotros ascendíamos, a un lado y al otro nos saludaban árboles demasiado altos y en un punto del camino observamos la destreza de una liebre cruzando la carretera.

La Granja de los Kamleitner quedaba en la punta de una loma. Allí, flanqueada por corrales de vacas y caballos estaba la casa principal y a un lado el antiguo granero, reconvertido en casa de huéspedes. Dentro encontramos un apartamento de dos pisos y el confort que tal vez le faltaba a muchos hoteles de 2 y 3 estrellas que había visto en los días previos cuando buscaba información sobre alojamiento en la ruta del Danubio. Desde la ventana, Grein se divisaba en la lejanía, a mucha más distancia de la que había imaginado.

Antes de instalarnos nuestra anfitriona nos preguntó si habíamos cenado, pues cerca había otra casa de huéspedes donde preparaban comidas. Así que desempacamos, nos bañamos y cuando bajamos listos ya para explorar los senderos más rurales de Schacherhof, la señora Kamleitner nos informó que su vecina no abriría el hostal esa tarde, por lo que ella nos llevaría al pueblo al lugar que eligiéramos y cuando termináramos la podíamos llamar y ella nos recogería para traernos de vuelta a la granja. Me pareció que era demasiado, pero ella nos aclaró que ya más de una vez lo había hecho así con otros huéspedes. Tomamos otra vez el minibus para cenar en una típica cervecería de la Alta Austria.

A la mañana siguiente los Kamleitner nos propusieron desayunar, pero con tantas atenciones la tarde anterior declinamos la oferta de la mejor manera posible. Tampoco aceptaron que les pagáramos más por todos los viajes de ida y vuelta a Grein.

Continuará

miércoles, julio 20, 2016

En bici por La Ruta del Danubio (II)

2da Etapa de Inzell a Linz.

Salimos temprano luego de un desayuno extraordinario en el Gasthof de la familia Steindl, pero amanecimos con lluvia y frío, como si el sol del día anterior hubiera sido un espejismo. El trayecto se asemeja mucho al de la primera jornada, laderas boscosas a un lado y al otro del Danubio. Por el camino nos encontrábamos con otros grupos de ciclistas que parecían ir mejor preparados que nosotros, al menos para un clima como el de aquella mañana.


Luego de recorrer un tramo de aproximadamente unos 8 kilómetros la geografía cambió y el paisaje se tornó más llano. Seguía lloviendo, tal vez por eso no nos detuvimos en Aschach, un pintoresco pueblo de decenas de restaurantes y cafés con terrazas que daban al río. Imagino que estén muy concurridos en las tardes y noches del verano austríaco.

El próximo pueblo en el recorrido, Ufer, era también el punto donde debíamos tomar otro ferry, mucho mayor que el anterior y preparado hasta para transportar automóviles. De manera que seguimos hasta la entrada de Wilhering para una breve visita a su Abadía Cisterciense. Pero tras consultar con un amable local, este nos recomendó regresar a tomar el ferry, pues la ciclovía era más segura por la otra margen del Danubio y si continuábamos por donde veníamos tendríamos que tomar la carretera regular y allí el tráfico sería muy peligroso para tres ciclistas.

Ottensheim en la otra ribera
Así lo hicimos y tras el cruce en la plataforma de Ufer continuamos por la ribera norte. Dejamos Ottensheim cuando ya casi era mediodía y otra vez faltaba muy poco para cumplir con la meta del día. La velocidad se la debíamos a Marta, que llegó en mejor forma que nosotros, tras sesiones diarias de gimnasio y yoga. Poco más de una hora después del cruce arribábamos a Linz, capital del estado de Alta Austria y donde habríamos de pasar la noche, esta vez en un pequeño apartamento que habíamos reservado por Airbnb. Quedaba justo en la Hauptstraße, a poca distancia del Puente de los Nibelungos, muy cerca también del Ars Electronica Center, todo un orgullo de la arquitectura local.

Linz, Alta Austria.
No tenía muchas expectativas sobre Linz. Alguna vez leí que era una de las preferidas de Hitler y confieso que seguramente tal vínculo me había prejuiciado en su contra. En el corto paseo que dimos, tras de instalarnos y descansar, me atrevo a decir que descubrimos una ciudad tranquila, algo más provinciana que Viena, pero con ciertas huellas de un pasado esplendoroso. Por un descuido me olvidé de investigar algún sitio donde degustar la famosa Tarta de Linz, así que nos quedará para una próxima visita.

Catedral de Linz
De vuelta a nuestro apartamento en la Hauptstraße nos esperaba una comida ligera, un buen vino y la posibilidad de un descanso. Sin embargo, la cercanía de la universidad le arrebató a nuestra noche cualquier viso de la tranquilidad. Afuera los estudiantes estaban de fiesta o tal vez nos tocó hospedarnos en la zona más concurrida de la noche linciense, pues la algarabía apenas amainó hasta bien entrada la madrugada.


Al día siguiente, tras un desayuno para campeones, nos esperaba otro de los tramos más largos del recorrido que habíamos elegido. Salimos lo más temprano que pudimos, aunque a esa hora ya el sol estaba instalado en su puesto de observación privilegiada y parecía dispuesto a castigarnos con sus rayos durante la mayor parte del trayecto. Dejamos Linz con la certeza de que sería la mayor ciudad de toda la ruta. Muchos de los que la han hecho le dedican uno o dos días, tal vez le encontraron mayores atractivos. Nosotros, a dos días de recorrido y todavía pensando en los kilómetros que restaban, no le dedicamos mucho tiempo.

Continuará

lunes, julio 18, 2016

En bici por La Ruta del Danubio (I)

La posibilidad de hacer la Ruta del Danubio surgió de una conversación con mis amigos Marta y Ángel hace casi un año, cuando los invitamos a conocer la ciudad donde vivimos. Ya había oído hablar de la ruta, pero no se me había ocurrido hacerla, más por cuestiones de logística que por cualquier otro motivo.  Para empezar tampoco tenía bicicleta, pues la que compré en segunda mano a principios del 2015 se la había regalado a alguien que la necesitaba más que yo, días antes de nuestra segunda mudanza.

Mis amigos, entonces, se ofrecieron para ayudar con el alquiler de las bicis y antes de que aterrizaran en Viena desde Madrid, estuvimos unas dos semanas coordinando posibles etapas, lugares por visitar y de alojamiento. Planeamos 5 días de pedaleo y fijamos la fecha para el 14 de junio. Viajaríamos en tren desde la capital de Austria hasta una de las primeras ciudades alemanas tras pasar la frontera, Passau. Luego allí iniciaríamos el camino de vuelta en bicicleta.

1ra etapa: de Passau a Inzell.

Saliendo de Passau rumbo a Inzell
Passau es una pequeña ciudad bávara situada en la confluencia de tres ríos, por eso la han llamado la Venecia germánica, aunque estoy seguro de que la lista de localidades similares en el vecino país es demasiado larga. Casi todas las grandes ciudades alemanas se asientan en las márgenes de un gran río.

Salimos bien temprano desde la Estación Central y tras cambiar de tren en Linz, arribamos cuando faltaba media hora para el mediodía. Luego de probar un desayuno típico, al menos así lo anunciaba el café cerca de la estación donde paramos, comenzó a molestarnos una inoportuna llovizna, que nos acompañaría en el breve trayecto hacia la Fahrrad Klinik de Matthias Drasch, donde debíamos recoger las bicicletas.

En un punto de la caminata pasamos por el edificio de la Alcaldía, la común Rathaus de los pueblos germánicos y la vista del otro lado, en la que podía observarse y la ribera del Danubio, me recordó a un paisaje similar visto en Heidelberg, en el que fue mi primer viaje a Alemania en el 2012. Como en la ciudad del Neckar, el río forma una garganta y uno tiene la fugaz impresión de que está en el fondo de un paisaje que otros miran desde la altura.


La recogida de las bicis fue ordenada y rápida, lo justo para iniciar una ruta para la que veníamos preparados, pero quizás nunca pensamos que comenzara tan pronto. “Crucen el puente y a la derecha”, nos dijo Matthias, las indicaciones que debe estar acostumbrado a dar. Y en efecto, luego de cruzar el puente, a unos pocos metros de la carretera principal comenzaba la ciclovía famosa que nos iba a acompañar durante toda la semana.

Passau quedó atrás con nubarrones en el horizonte. Habíamos leído más de una crónica sobre el recorrido y todas mencionaban la posibilidad de un aguacero. Sin embargo, luego de pedalear los primeros kilómetros el cielo continuó algo nublado, pero la lluvia dejó de importunarnos.

Nuestro objetivo estaba a poco más de 42 kilómetros de la ciudad que acabábamos de dejar. Nos parecía la distancia ideal para el primer día. En la ruta teníamos ya compañeros, otros que, como nosotros, con las bicis y sus alforjas, pedaleaban rumbo a Viena, o quizás más lejos aún, pues existen rutas que llegan a Bratislava y a Budapest.

En esta primera etapa la vía se adentraba por bosques y el río aparecía siempre como un indicativo de cercanía y certeza. La ciclovía está muy bien señalizada, con pequeños recuadros que anuncian el Donauradweg y señales en el suelo y en algunas zonas donde el trazado se interrumpe. Creo que es difícil perderse, aunque conviene estar pendiente de los pequeños letreros, pues en ocasiones hay que desviarse del trayecto más seguro y cruzar tramos de carretera regular.

Cuando apenas faltaban pocos kilómetros para el objetivo, hicimos una parada en una de las casas de huéspedes/tabernas del camino. Comprobamos en el mapa que casi estábamos llegando al meandro de Inzell, por eso valía la pena disfrutar de unas cervezas. A esa hora el cielo de Alta Austria se había despejado y el sol mostraba toda la gama de verdes de la ribera más boscosa del Danubio.

Las cervezas, como diría un amigo londinense, experimentado ciclista, son un buen combustible para pedalear. De manera que en muy poco tiempo ya estábamos en la orilla opuesta a Schlögen a la espera del pequeño ferry que nos cruzaría al otro lado. Sería el primero de los varios que tomaríamos durante el trayecto, pues dependiendo de la senda que uno tome y de los pueblos que quiera visitar, cuando no existen puentes en el camino hay que auxiliarse de estos barcos que probablemente lleven siglos como socorrido medio de transporte fluvial.

Desembarcamos en Schlögen y con las bicis de vuelta en el asfalto comenzamos otra vez a pedalear, pensando que la Gasthof zum Heiligen Nikolaus, donde habríamos de pasar la noche quedaría mucho más lejos del punto en el que habíamos cruzado el río. La encontramos enseguida, un típico chalet de techo alto, al lado de un moderno granero donde quedarían las bicis. Estábamos, eso sí, en el medio de la nada, con el río a unos pocos metros y la naturaleza por los cuatro costados. Apenas había señal de móvil.

Instalados ya en una muy confortable habitación, comprobamos que aún nos quedaba gran parte de la tarde y esta se había tornado demasiado atractiva como para quedarse en la cama hasta la hora de cenar. Cuando desembarcamos en Schlögen, habíamos conversado con unos turistas españoles que conocían la zona y nos hablaron de un mirador en la cercanía al que se llegaba subiendo por senderos en una loma. Así que decidimos salir a explorar y caminamos de vuelta al embarcadero.

Vista desde Schlögen
El camino al Mirador carecía de señales claras y aunque el sol seguí allí en su sitio, los trillos de la subida no habían perdido la humedad. Además, llegado un momento en el ascenso no apareció ninguna señal hacia dónde seguir, por lo que hubo que abrirse paso entre piedras afiladas cubiertas de musgo. Pensaba en lo diferente que son las reglas de seguridad en las distintas naciones, pues no me imaginaba un lugar así en Inglaterra, el país de las regulaciones sobre salud y protección.

Meandro de Inzell
Llegamos a un punto bastante alto donde pudimos apreciar el llamado Meandro de Inzell. Por suerte el descenso demoró menos y terminamos en la amplia terraza del Hotel Donauschlinge. Las vistas del río eran espectaculares. Por allí pasaban los cruceros, verdaderas plataformas de terrazas y habitaciones que hacen diversos recorridos a lo largo y ancho del Danubio. El primer día de bici casi llegaba a su fin y nos alegraba que no estuviéramos tan cansados como habíamos imaginado.


Regresamos a nuestro chalet austríaco. Lo había descubierto en Internet y en su sitio web aparecía una foto de los propietarios, una familia vestida al más típico estilo nacional. Sin embargo, cuando llegamos había escuchado a la que sería nuestra casera hablar en ruso con unos niños a los que supervisaba. A la hora de la cena comprobé que no solo ella, sino la mayoría del personal de servicio también provenían de Rusia. Me lo confirmó cuándo le pregunté. ¡Qué curioso!, pensé, allí en el medio de la nada, en la Alta Austria, un grupo de paisanos de Pushkin.

Continuará