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martes, abril 29, 2008

Vanessa Redgrave, la actriz.


"El año del pensamiento mágico" abrió el pasado 25 de abril en Londres, luego de un período de buenas críticas en Broadway. Desde que logramos entradas para la noche de apertura tenía muchas expectativas por ver la adaptación a la escena del libro que leí con sumo placer durante el verano del 2007. Además, la oportunidad me parecía estupenda, para apreciar de cerca la maestría de una de mis actrices preferidas, Vanessa Redgrave.


Esperaba una puesta esencialmente mínima, un sólo personaje narrando acontecimientos profundos y volviendo a ellos una y otra vez con la intención de entenderlos. Y así fue, cuando se levantó el telón de la sala Lyttelton del Teatro Nacional de Londres, y apareció la actriz en proscenio, recitando las líneas iniciales, todo quedó listo para que el espectáculo girara en torno a una sentencia, la de que lo que se va a contar puede ocurrirle a cualquiera, y va a ocurrirle a cualquiera.

Es curioso que un texto inicialmente concebido como una especie de memorias, se acomode tan bien a la escena. Y es que Joan Didion, autora de El año del pensamiento mágico, es más que nada, una escritora muy técnica, con amplias habilidades para concebir un argumento que, a pesar de conservar cierta línea temporal, se cuenta de manera ecléctica, pues hay constantes retrospectivas, saltos temporales y frases e imágenes que a la vez conectan gran parte de los hechos que se narran.

La lectura del libro no fue la única motivación para asistir al estreno de la pieza teatral, también estaba el atractivo esencial de tener a la Redgrave en el protagónico. Quizá la dramatización de un texto "deprimente" según los estándares más mojigatos no les resulte demasiado atractiva a algunos. Quizá sólo quien haya sufrido la muerte inesperada de un ser querido pueda entender los sucesos imprevistos que cambian completamente la vida, lo conocido, lo rutinario, lo seguro. Porque tras el efecto devastador que trae consigo darse cuenta de cuán cierto es el momento, no queda mucho espacio para reacciones coherentes. Y puede que el proceso de entender y hasta de superar esa pérdida pueda tomar meses o años.

En los últimos tiempos, sólo tengo memoria para una historia similar, la película La habitación del hijo, de Nanni Moretti y ahora este libro-obra de teatro. En ambos casos, sus autores evitan el acercamiento melodramático a la muerte y convierten sus historias en relatos sobre la búsqueda de explicaciones que a la vez expongan modos de aceptar la pérdida y de aprender a continuar con la ausencia de una persona amada.

De Vanessa Redgrave se sabe que es una actriz de experiencia, que su presencia en la escena es inevitable, que en algún momento uno va a quedarse absorto contemplando a una mujer extremadamente bella, aún a sus años. Sin embargo, todo ese preámbulo apenas impide que en esta pieza tan verbal y exacta, uno también quede admirado al comprobar que ella, además de contar la anécdota, mantiene la comunicación casi constante con el público como una manera más de reafirmar su dominio de la noche.