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jueves, septiembre 07, 2006

Rubén González toca Pueblo Nuevo


La música no se explica, se escucha, se siente. Y cualquiera advierte que se oye un piano, un preludio intenso y breve que presagia. Es inminente, la propia palabra lo dice. Suena una de las pistas del famoso disco Buena Vista Social Club y Rubén González interpreta Pueblo Nuevo, original composición de Cachao, anunciadora del estilo y ritmo que este fundaría junto a su hermano Orestes, el ahora tan referenciado mambo.

Pero mejor dejar al piano, no hacen falta referencias, aunque es lógico que se trata del estilo urbano de los 50. La melodía aparece con una introducción serena que casi llega a tornarse solemne. Surge después el fraseo, insistente y acentuado, y el piano parece que va a tomar de golpe todo el protagonismo. Entonces la improvisación da paso al resto de la orquesta, y el piano dialoga con la trompeta y cede, por un breve momento, su posición de líder. Los restantes instrumentos conforman ya la pieza, y armonizan, y animan. El piano, entonces, retoma fuerza y alegría, cualquiera siente el despertar del ritmo. Rubén improvisa, resulta increíble, me recuerda los momentos que cortan la respiración, y es música, aunque se piense de repente en actividades más vitales y enérgicas. Luego no quedan dudas, el piano se alza como verdadero protagonista, y seguirá siéndolo hasta la última nota.

A Rubén González lo recuerdo con una camisa estampada yendo de un lado al otro y observando, desde la azotea del Empire State, la ciudad de Nueva York. Allí, un pícaro Eliades Ochoa lo seguía y bromeaba con el deslumbramiento del veterano músico ante los cambios de la gran urbe. Era una de las escenas del Buena Vista Social Club (BVSC) de Win Wenders, la película que rescató del olvido a tantas figuras de la música popular cubana.

Antes lo habían hecho dos discos, uno con el mismo nombre que el centro social habanero, y otro llamado Afro Cuban All Stars. Se debieron al asombro de Ry Cooder por sonoridades típicas de esta Isla, y al genio organizador y consciente de Juan de Marcos González. En ambos sobresalió Rubén, quizá porque no cantaba o porque ya con su inclusión definía la calidad del proyecto.

Sin embargo, el documental no le hace mucha justicia al músico nacido en Villa Clara, en el centro de Cuba. Luego de las escenas, Rubén queda como un anciano simpático, ocurrente, y la visión paternalista, aunque cariñosa, alienta más la curiosidad del espectador que la confirmación de la grandeza del músico. Y entonces cabe la pregunta, ¿cómo es posible? ¿Dónde estaba antes ese genial intérprete del piano que no por gusto fue comparado con Arthur Rubinstein?

Sin duda, el talento interpretativo de González resulta tan inquietante como el de su colega norteamericano. Pero a diferencia de Rubinstein, González no tuvo una carrera larga antes del Buena Vista. El documental lo presenta en la Escuela Nacional de Gimnástica de La Habana, donde acudía cada día a servir de acompañante, mientras las atletas del equipo nacional cubano ensayaban sus rutinas.

Luego de su época dorada en las orquestas de los años 50, González se alejó de los escenarios; pero nunca, al parecer, del piano. En las propias escenas del documental resaltan las imágenes de esos dedos casi deformados por la artritis que todavía aciertan en la cadenciosa maestría de las improvisaciones de Rubén y en su acentuada preferencia por los montunos.

La sonoridad distingue a la Isla y el músico lo sabe, o lo intuye, o sencillamente nació con esa peculiar percepción de lo cubano. Porque Rubén coincidió con épocas decisivas en el quehacer musical de Cuba, estuvo y participó en la creación de ritmos que hoy constituyen clásicos y que se engrandecieron con su envidiable aporte.

Los especialistas hablan de tres grandes pianistas en la música popular cubana, y nombran a Lilí Martínez, Peruchín y, por supuesto, a Rubén. Ese título lo ganó previo a la grabación del Buena Vista, mas tal parece que sus compatriotas lo olvidaron, y solo cuando comenzó la algarabía internacional en torno al proyecto, recordaron la selecta lista. De cualquier modo, el disco fue muy criticado en la Isla y fuera de ella, pero quedó como iniciativa que se ha de tomar en cuenta.

Curiosamente, derivado del éxito del primer compacto, el segundo, ya bajo el nombre de BVSC presenta a Rubén González, fue exclusivo para la música del anciano pianista. Parecía la confabulación perfecta para que salieran de la memoria tantas y tantas melodías. Por suerte quedaron varios discos que, pese a la avanzada edad que tenía ya cuando los grabó, bastan para una valoración completa del músico y del intérprete.

Cuando Rubén falleció en el 2003, muchos descubrieron que había nacido en el pueblo villaclareño de Encrucijada. El desconocimiento de su vida anterior al Buena Vista desconcertaba; pero como dijera Compay Segundo, otro de los convidados al famoso proyecto, el olvido era el gran problema de los cubanos.

Quienes lo conocieron tarde tienen ahora tiempo para recuperarlo. De lo contrario, nunca podrán entender la lección que dieron Rubén, Compay Segundo, Puntillita y otros de la tropa del Buena Vista Social Club, de que cuando se cree en lo que se hace, se disfruta, se comparte y es aceptado, la vida siempre resulta más larga y más provechosa, porque se asegura el eterno recuerdo.